El ojo del agua y el ojo del tiempo
Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 7 segundos
- En Puerto Escondido, el miedo es una nube que se forma antes que la tormenta
Las palabras no siempre bastan, pero a veces son lo único que antecede a un desastre. Bajo el toldo de la zona militar, cuando el mar empieza a rugir como un dios ofendido y los aves marinas vuelan más bajo de lo habitual, el gobernador de Oaxaca, Salomón Jara, toma el micrófono con el tono de quien conoce la urgencia, pero también la impotencia. Lo acompaña el rumor de un viento que aún no llega del todo, pero que ya se anuncia con olor a sal y angustia.
Un nuevo fenómeno meteorológico —el Potencial Ciclón Tropical Cinco-E, que ya algunos, con temor y familiaridad, comienzan a llamar “Erick”— ha surgido entre las costas de Chiapas, Guerrero y Oaxaca, avanzando con la paciencia de las tragedias antiguas. El reporte, aún fresco como la espuma que muerde los acantilados, habla de lluvias intensas, desbordamientos, deslaves. Pero en realidad, lo que dice es algo más íntimo: que Oaxaca debe volver a ponerse de pie antes de caer.
En las entrañas del estado, donde los ríos secos se comportan como bestias dormidas y los cerros se desgajan como carne vieja, cada gota puede ser un presagio. El gobernador lo sabe. Por eso su voz no titubea cuando convoca a la instalación del Consejo Regional de Protección Civil. Le rodean los de siempre: la Marina, la Guardia Nacional, la Defensa, los alcaldes que ya empiezan a mirar el cielo con resignación de campesino. También funcionarios locales.
—No se trata solo de números —dice una mujer anciana en San Pedro Pochutla mientras acaricia un costal con tortillas secas—. Es el monte el que avisa cuando está herido. Las aves se esconden, los perros aúllan, el río habla más rápido.
Hay 532 municipios en vigilancia. No es una cifra; es un país dentro de otro, donde cada comunidad representa un punto vulnerable. ¿Dónde dormirán los niños esta noche? ¿Cuántas cocinas quedarán bajo el lodo? ¿Quién avisará al que no tiene radio, ni teléfono, ni nada que no sea el presentimiento?
El coordinador estatal de Protección Civil pide que se habiliten albergues fuera de las escuelas, que no sean refugios transitorios sino espacios dignos. ¿Qué es la dignidad cuando el agua llega hasta las ventanas? ¿Qué es la dignidad cuando un abuelo tiene que abandonar la tierra donde enterró a su esposa porque un arroyo, seco durante años, ha decidido despertar?
En la conferencia de Puerto Escondido, la mayoría de los reporteros escriben en el celular con el salitre en los dedos y la urgencia en el pecho. Algunos han vivido otros ciclones, otras tormentas. Algunos aún recuerdan cómo el lodo enterró no solo casas sino también recuerdos, bautizos, fiestas patronales. Todo eso se lo lleva el agua sin preguntar.
Manuel Maza de Protección Civil traza un mapa en una pantalla. Su voz es la de quien ha mirado la furia sin poder detenerla. Habla de trayectoria, de acumulación, de la probabilidad de que “Erick” se fortalezca. Pero su silencio después del informe dice más: sabe que no hay modelo que simule el dolor de quien pierde su casa.
Y sin embargo, hay algo que resiste. Algo más profundo que la roca, más terco que la lluvia. Se llama organización. Se llama comunidad. Se llama saber antiguo. En San Juan Lachao, por ejemplo, los topiles ya marcaron los caminos hacia los refugios. En Puerto Ángel, los pescadores recogen sus redes, pero no su fe. En la sierra, los jóvenes suben cerros para tener señal y avisar a sus abuelas.
Mientras cae la mañana en Puerto Escondido, el mar resopla como un animal herido. La ciudad parece contener el aliento. Pero nadie está dormido. En una barda mojada, escrita con carbón, se lee: “La lluvia no mata. Mata el olvido”.