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Apagones de la CFE en Oaxaca

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Misael Sánchez

Una y otra vez, como una marea sin luna, la electricidad abandona a Oaxaca. La penumbra se instala en las cocinas, en los consultorios, en las aulas, en los puestos de la Central de Abastos donde los comerciantes, hartos, ya no venden, bloquean. Hay una furia densa que crece como el moho, a cada corte de energía, una protesta; a cada transformador que estalla, una barricada.
Es el país sin luz, y Oaxaca se convierte en su epicentro.


En la Reforma, en la Mixteca, en Huajuapan, se vive como si el tiempo se hubiese congelado. Ocho días sin energía, alimentos echados a perder, medicinas inservibles, niñas que hacen la tarea a la luz de velas. Camiones de la CFE fueron retenidos por pobladores exasperados. No fue sabotaje, fue hartazgo.
Coicoyán de las Flores ya ni siquiera espera. Ahí, los vecinos —como en los relatos de un país que se quedó sin Estado— decidieron alumbrarse solos. Postes, cables, foco a foco. Una autarquía energética en miniatura, sin técnicos, sin protocolos, sin promesas. Solo dignidad y hartazgo.
En Guichicovi, Estación Sarabia es un experimento de Kafka, un día con luz, otro no. En la ruta del llamado Corredor Interoceánico, donde los discursos de modernidad se funden en fierros, rieles y deuda pública, no hay quién encienda un foco sin miedo a que reviente el transformador.
Y lo más perturbador, no se trata de una anécdota aislada. La caída sistemática del sistema eléctrico de Oaxaca es, en realidad, una advertencia nacional. Como una película distópica que ya vimos en Venezuela, o en el sur de África. Ciudadanos comunes, gente que paga su recibo a tiempo, comienzan a preguntarse: ¿y si esto es solo el principio?
Hay miedo. Un miedo nuevo, eléctrico, sordo. El miedo al futuro en que lo público se vuelve fantasmal. El terror de que la Comisión Federal de Electricidad —que alguna vez se vendió como empresa de clase mundial— hoy no pueda ni sostener la tensión en las líneas que atraviesan el Istmo, que se “caen las cuchillas” como quien se rompe una muela, como quien deja de masticar el tiempo.
En otros países, las empresas energéticas son el músculo de la nación. En Alemania, la energía fluye como el agua; en Japón, un sismo puede volcar una ciudad entera y aun así no se va la luz.
En Oaxaca, basta una lluvia modesta para sumir en sombras a una colonia entera. No hay respuesta. No hay rostro. Solo una línea 071 que repite como un mantra robótico: “estamos trabajando para restablecer el servicio.”
Mientras tanto, la CFE está más ocupada vendiendo “internet económico”: 10 GB por 60 pesos. Un intento de modernidad digital mientras se deshace la columna vertebral de su propia existencia, la electricidad.
San Isidro Huayapam, 72 horas en silencio. Decenas de comunidades mixes viven lo mismo. En Pinotepa, en la colonia Vasconcelos, en Santa Lucía del Camino, en Tehuantepec, en Xochimilco. La oscuridad es ya parte del paisaje, como si el siglo XXI no hubiera llegado. O peor, como si hubiera pasado de largo.
¿Qué sucede en las subestaciones? ¿Por qué revientan los transformadores de tres décadas como si fueran granadas? ¿Por qué se caen las líneas que vienen de Veracruz? ¿Dónde están las inversiones, los ingenieros, las respuestas?
En este clima de sospecha, abandono e impotencia, la ciudadanía comienza a organizarse. Algunos municipios discuten cooperativas eléctricas. Otros exigen a la CFE la reestructuración completa del sistema en Oaxaca. Las resistencias se multiplican, no solo por la falta de energía, sino por la instalación de subestaciones en tierras comunales, como en Ciudad Ixtepec, sin consulta, sin respeto.
El colapso eléctrico no es solo técnico, es político. Revela el fracaso del modelo de Estado que presume infraestructura, pero olvida al usuario. Que firma megaproyectos mientras deja en sombras a pueblos enteros.
Queda, como un murmullo en la penumbra, la memoria de lo que alguna vez fue la CFE, orgullo nacional, símbolo de autonomía. Hoy, parece más bien un aparato sin brújula, desconectado de su deber público, que sigue girando como una antena rota, vendiendo datos móviles mientras se incendia la central.
Los apagones de Oaxaca no son errores. Son síntomas. Y tal vez, si se escuchan con atención, hasta pueden parecer advertencias, de que sin energía, no hay Estado. Y sin Estado, no hay país.

@CFE Nacional

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